“Poder decir adiós es crecer”, dice Gustavo Cerati bien convecido de sus palabras y yo lo escucho una y otra vez con la misma convicción.
Estoy en Arica y eso es un punto a favor para la reflexión. Creo que jamás me he ido de aquí tal como llegué, aunque mi viaje no haya sido por más de tres días. Porque estar aquí me remonta a otras historias, a mis orígenes y a dudas pendientes. Aquí está mi colchón, de frente a una muralla que alguna vez estuvo llena de imágenes y cuadros, pero que ahora no es más que la continuidad de un muro amarillo y vacío, sin recuerdos explícitos ni personalidades destacadas.
Ahí donde pasé noches durmiendo muy tranquilamente y donde también alguna vez me fumé un cigarro que además de intoxicarme los pulmones, me hizo compañía mientras ordenaba vagos pensamientos que me perturbaban.
Este es mi primer 18 de septiembre aquí desde hace seis años y la verdad es que de Fiestas Patrias poco y nada se siente. Salvo por las ardientes parrillas de los vecinos, los curaditos en la calle y la sensación de día domingo por más de cinco días consecutivos en la semana. Otra vez los milicos y milicas, muy ordenaditos esperando lucir impecables ante la vista de una Presidenta, su Presidenta, por la que jamás nunca votarían. Una vez más el Te Deum, donde los agnósticos repiten rezos en los que no creen y los Opus Dei fruncen el ceño por tener que compartir el templo con los comunachos ateos que asisten entusiastas porque por fin el binominal no importa y tienen el mismo escenario de las grandes mayorías.
Pero en mi casa no hay señales de humo. Y es literal. No hay humo blanco, ni negro. A nadie le interesa hacer un asado y mucho menos jugar cacho o tomar chicha. Estamos todos como medios perdidos en tiempo y espacio. Mis hermanas alegan por los pobres animales que jamás ven la luz, que después son asesinado, intentan convencerme diciéndome que grandes personajes de la historia eran vegetarianos y que los circos abusan de esos pobres seres que tienen en pequeñas jaulas. Yo solo les digo que Julito Martinez, el conejo, tiene bueno trutros y me lo comería, pero mi broma solo consigue provocar más su enojo.
El papá considera que lo mejor es que salgamos a comer afuera y cada uno elija su menú. Llegamos a un recién inaugurado restaurante llamado 'Donde Alejo'. Es un sitio campestre, que solo ayer abrió sus puertas y el dueño es amigo de mi padre. 'La cocina chilena es la especialidad', resalta entusiasmado. 'Mala mala', pienso, 'cualquier cosa menos comida chilena!'. Pero luego todo se resuelve y mis hermanas ya tienen su plato de arroz con ensalada, mi madre espera ansiosa un pastel de choclo, mientras que mi padre y yo recibimos un jugoso lomo acompañado de arroz y ensalada.
Cuchillo, tenedor y a cortar. Pero oh oh, algo sucede. El efecto “hermanas vegetarianas” dio resultado y yo siento que el trozo de lomo me mira y me dice muy seguro: 'muuuuu, soy cadaver'. Todo se complica. Sin ganas y asqueada termino de comer mi plato para no levantar sospechas.
Entonces así nada más, sin penas ni glorias, se va este 18 sin ningún tipo de sentido patriótico, pero con muchos simbolismos personales, porque he dado pasos.
Solo el tiempo podrá decir si fueron firmes o más bien en falso. Por ahora solo Cerati puede confirmarme lo que sospecho en una frase que dice 'separarse de la especie por algo superior, no es soberbia, es amor'. Y si, concuerdo con eso último y por lo mismo estos días aquí fueron tan importantes. Ese aislamiento tiene una razón de ser y quizá por eso poco o nada me importaron los grandes acontecimientos sociales.
Pero ahora, de golpe siento cómo se está yendo el mítico septiembre. Este septiembre tan simbólico que está cargado de lo extremo de la vida, del dulce excesivo y de sabores tan amargos como esa bebida que tomé en mi promesa scout y nunca supe lo que era, pero el sabor quedó en mi boca como por dos días.
El septiembre de los volantines, del viento helado, de humaderas que delatan asados, de accidentes al por mayor. El mes de mi cumpleaños, del de mi abuela y de queridas amigas. El mismo en que asumió y, tres años más tarde, cayó Allende. El nublado Septiembre Negro, el de Sabra y Shatila y el comienzo de la Intifada. Un enlutado mes en que nos dejaron grandes maestros como Pablo Neruda o Víctor Jara.
Este septiembre que me da otra oportunidad. Una posibilidad de poder decir adiós y crecer.